Wednesday, October 17, 2007

El castrismo y la microfracción

HISTORIA
El castrismo y la microfracción

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - En octubre de 1967 comenzaron las
detenciones. Se cumplía una orden de las más altas instancias del poder
en Cuba. Eran los inicios de una purga de carácter nacional.

Había disensiones en las filas del Partido Comunista, realidad que de
alguna manera menguaba la autoridad de una reducida élite y obstruía la
aspiración de someter a la isla al liderazgo carismático de un hombre en
detrimento de unas estructuras basadas en el equilibrio, el consenso,
entre otras herramientas políticas ideales para consolidar una república
sin los lastres de otra dictadura.

Los desafectos eran viejos militantes del Partido Socialista Popular
(PSP), una entidad con abiertos vínculos con la extinta Unión Soviética
y que había tomado parte en la lucha contra el régimen de Fulgencio
Batista. Su estrategia durante y después de este período descansaba en
el rechazo a la lucha armada como estrategia para alcanzar el poder. La
lucha sindical, el proselitismo en barrios y ciudades, figuraron como
parte de sus actividades en favor de conseguir sus propósitos
partidistas. La honestidad en el manejo de los fondos y la consagración
de sus militantes a los objetivos fijados por la dirigencia se añadían a
los detalles que posibilitaron la larga permanencia en el entorno
político nacional. Surgieron con el nombre de Partido Comunista de Cuba,
en 1925.

Posteriormente fue cambiado por el de Partido Socialista Popular por
imperativos de una época (fin de la Segunda Guerra Mundial) en que el
anticomunismo cobraba fuerzas a instancias de la denominada Guerra Fría.

El plan de escarmiento contra aquellos críticos de la revolución tuvo
una notable resonancia mediática con el fin de crear un ambiente de
terror que desanimará cualquier intento por hacer públicas las
divergencias con la cúpula militar. En pocos días se arrestó a los
considerados principales artífices. Interrogatorios, amenazas, torturas
psicológicas, chantaje, resultaron notas comunes durante los varios
meses de detención en los calabozos de la sede de la policía política.

A comienzos de 1968, se llevó a cabo el juicio sumarísimo. Un total de
36 hombres y 3 mujeres fueron llevados a prisión por infundadas
acusaciones de trabajar al servicio de una potencia extranjera, en este
caso la Unión Soviética.

Oponerse al excesivo populismo que favorecía una serie de gratuidades
que desembocaron en un gran desastre, discrepar de las medidas que
convirtieron a los propietarios de pequeños negocios en enemigos de
clase, criticar la exportación del modelo revolucionario a través de la
abierta ingerencia en los asuntos internos de varios países, con énfasis
en la asistencia y fomento de movimientos armados, evidencian algunas de
las faltas exhibidas como pruebas de graves delitos que ningún tribunal
digno podría sostener sin ponerse a salvo de una andanada de
trompetillas y abucheos.

A 40 años del acontecimiento, silenciado a posteriori por sus
perpetradores y obviamente desconocido por varias generaciones, es
oportuno esbozar un breve comentario sobre otra de las páginas negras
del totalitarismo.

Ellos, los protagonistas de la microfracción (calificativo con el cual
se quiso llegar al demérito y a la calumnia), intentaron hallar un
espacio para el debate, una zona donde exponer los mismos problemas que
tras cuatro décadas de involución son cíclopes imbatibles.

Quizás dominados por ciertas corrientes idealistas creían posible hacer
un socialismo más racional y humano, soñaban con verdaderas
rectificaciones, con algún resquicio para ventilar puntos de vistas
dispares dentro del Partido.

Los empeños terminaron en la cárcel. Allí pagaron su resistencia al
silencio y a la adulación de lo que despuntaría como una de las
dictaduras más perversas de cuantas han existido en la historia de la
humanidad.

Orlando Olivera (mi padre) junto a Félix Fleitas, Ricardo Bofill, Eddy y
Ricardo López, Hugo Vázquez, José Antonio Caballero, Francisco Pérez de
Armas, Carlos Quintela, Arnaldo Escalona, Hilda Felipe, entre otros, son
nombres malditos.

Cubanos que persistieron en hacerse escuchar, pese al clima adverso para
quienes se atrevían a cuestionar el incipiente castrismo.

Recuerdo a mi padre, acogiendo con sorpresa y regocijo la perestroika y
la glasnot, las medidas aperturistas impulsadas en la década del 80 del
siglo XX por Mijail Gorbachov desde su puesto de presidente de la URSS.
Él disertaba, transmitía sus interpretaciones sobre ambas iniciativas de
cambio con ánimo juvenil y deseoso de que las experiencias se
materializaran en Cuba.

Murió en La Habana en enero de 2003 con las insatisfacciones de no ver
un proceso reformista en Cuba y sin imaginar que en pocas semanas uno de
sus hijos sería arrestado y condenado por ejercer el periodismo
independiente e implicado en la internacionalmente conocida causa de los 75.

La microfracción y la escalada represiva de la primavera de 2003. Dos
actos que marcan la vida de una familia. Dos hechos que revelan la
naturaleza de un régimen dictatorial. Padre e hijo a expensas de la
crueldad y el desatino.

La cárcel, el abuso, las parodias judiciales, el atropello como una
prolongación de la existencia. Todo como pruebas irrefutables del
sufrimiento humano. ¿Saldrá indemne el castrismo en el juicio de la
historia?

http://www.cubanet.org/CNews/y07/oct07/17a8.htm

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