Monday, October 08, 2007

Un regalo de cumpleaños

Opinión
Un regalo de cumpleaños

'Viaje a los frutos', un texto laudatorio sobre Fidel Castro que
manipula a conveniencia a quienes desprecia.

Jorge Luis Arcos, Madrid

viernes 5 de octubre de 2007 6:00:00

Al fin ha llegado a mis manos un curioso libro sobre el que ya tenía
noticias: Viaje a los frutos (La Habana, Ediciones Bachiller, 2006),
compilado por la profesora e investigadora Ana Cairo. Con ese título tan
metafórico, acaso el lector recuerde aquellos poemas de inicios del
siglo XIX de Zequeira y Rubalcava sobre las frutas cubanas, o aquellos
Fruticubas, rápidamente desaparecidos, de fines de los sesenta. Pero no
es así.

Está tomado del título de un artículo del autor de Viaje a la semilla,
Alejo Carpentier, nada menos que sobre el 26 de julio de 1953. (En
escandalosa errata, en su introducción —página 23— se afirma que dicho
acontecimiento ocurrió ¡el 26 de julio de 1952!). Porque la compilación
de Ana Cairo (ya en su segunda edición y prometen una tercera) se centra
en la figura de Fidel Castro Ruz, visto por numerosos intelectuales,
todos cubanos, con la excepción de tres —un español, un argentino y un
colombiano.

Para justificar la inclusión de Gabriel García Márquez, a la profesora
no se le ocurre nada mejor que declararlo "hijo adoptivo" de Cuba. Sin
embargo, a pesar de que declara que el libro no es exhaustivo, deviene
al menos extraña la exclusión, por ejemplo, de laudatorios poemas
recientes de Pablo Armando Fernández y Humberto Arenal, u otros más
antiguos de Raúl Hernández Novás y de otros poetas nacionales…

Incluso —a partir del criterio tan amplio de selección de textos que
este libro sustenta (ya se verá por qué afirmo esto)— no se explica la
ausencia del conocido ensayo de José Lezama Lima, El 26 de julio, imagen
y posibilidad. Claro que en todo momento parto de la naturaleza
alabanciosa (cuando no cortesana en muchos casos) de este libro, pues si
se incluyeran textos negativos o a lo sumo críticos —pero, qué digo,
¿puede ser eso posible acaso dentro de la llamada democracia socialista
insular?—, el libro podría aumentar su extensión considerablemente, eso
sí, si se considerara cubanos a muchos intelectuales que han abandonado
el país.

Claro que sería hilarante poder leer ciertas páginas de Reinaldo Arenas,
por ejemplo, pero no, eso es imposible, pues "Esos no son cubanos…",
parafraseando una canción una canción que debe gustarle mucho a Eliades
Acosta.

Tradición laudatoria

Lástima que no se declarara post mórtem también "hijo adoptivo" a Pablo
Neruda. Así se habría podido incluir su conocida oda a Fidel Castro.
Pero acaso eso habría hecho recordar su anterior oda a Fulgencio Batista
y Zaldívar. Libro interesante también podría ser uno hecho con
ditirambos a Stalin, para así poder leer, junto al de Neruda, el de la
criolla Mirta Aguirre, quien no vacila en declarar, parafraseando a Emil
Ludwig, que en sus "bellas manos tranquilas" (¡las de Stalin!) pondría
sin vacilar con confianza a sus hijos…

Pero no nos asombremos. Hay una larga tradición lírica, al menos en
nuestra lengua, de poesía llamada civil o patriótica, o exactamente
cortesana, que comete poemas alabanciosos a reyes, aristócratas,
capitanes generales, presidentes, generales y dictadores de toda laya.
Es asombroso que, por ejemplo, antes de 1810, los mismos poetas
hispanoamericanos que cantaban con odas clásicas a los Borbones,
inmediatamente entonaran a partir de esa fecha simétricas odas a Bolívar
u otros próceres de la guerra de independencia.

Por otro lado, ironías aparte, no encuentro nada estrictamente
reprobable en compilar un libro con juicios, testimonios, poemas,
cartas, entrevistas, etcétera, sobre una figura pública tan importante
en la historia de Cuba y en la historia en general del siglo XX. Salvo
en Cuba, numerosos libros ya se han escrito sobre Fidel Castro y,
seguramente, después de su muerte, se cometerán muchísimos más. Lo que
me parece reprobable (además de previsible) en la compilación comentada,
es el costado demasiado visible en su cortesanía, salvo poquísimos textos.

Hay una suerte de pudor, de vergüenza ajena, de sabio escepticismo, que
inhibe escribir loas —más allá incluso de la afinidad ideológica o no—
de figuras públicas con tanto poder personal sobre una nación. Pero qué
se puede esperar de un libro que se configura expresamente como un
regalo de cumpleaños.

'La Pasión' de Castro

En su prólogo, por cierto, de una elocuencia y una retórica líricas
insoportables, el ya mencionado Eliades Acosta Matos comienza diciendo:
"La nación cubana se acerca al ochenta cumpleaños de Fidel". Y,
simétricamente, en sus últimas líneas, se deja leer: "Este 13 de agosto,
Comandante, celebra la nación cubana su propia pasión (el subrayado es
mío). Lo hace de la mejor manera: combatiendo". Alguien podría acotar:
"sobremuriendo", pero en fin… También la compiladora, para que no quede
duda alguna, comienza así su introducción: "El intelectual Fidel Castro
cumple ochenta años". Vamos, y eso que no hay culto a personalidad…

Es decir, parece que esa fecha es la que imanta a la nación entera. Pero
ya estamos ciertamente algo acostumbrados a estas teleologías, pues
también se nos ha dicho, por ejemplo, que la nación u Orígenes, van
hacia José Martí, o que Orígenes ocurrió porque era una cultura para la
Revolución, etcétera… Pero además, en lenguaje casi religioso, diríase
que se emula con la pasión de Cristo…. ¡Por Dios mismo, y por este
humilde lector, un poco de pudor o de piedad, por favor!
Como siempre ocurre con estos personajes, ellos hablan en nombre del
pueblo, de la nación, toda vez que también ellos nos dicen qué es el
pueblo, qué es la nación y, sobre todo, quiénes la componen o no. Como
una suerte de vulgarización del principio antrópico, todo existe para la
revolución cubana y especialmente para Fidel Castro. Entonces, después
de su muerte, según esta lógica, el futuro existirá también pero al
revés, es decir, fluirá hacia Fidel Castro… Oportunismo o cortesanía
aparte (guataquería, se dice en buen cubano) —véase, por ejemplo, el
inusual, por extenso, listado de agradecimientos—, aquí la concepción
filomarxista, judeocristiana, es evidente, sólo que han cambiado al
ídolo religioso por otro netamente histórico.

Pero la manipulación o el dogmatismo no se limitan a estos eventos. El
propio prologuista se encarga de desnudar (torpemente, por cierto) sus
intenciones. Aparte de establecer durante todo su texto esa metafísica
identidad entre la Historia y un individuo concreto —ya sabemos: la
Patria, la Revolución, el Socialismo y Fidel Castro (la otra opción es
la Muerte, como todos recordarán)—, el historiador Eliades Acosta —hoy
flamante comisario ideológico para la cultura del PCC— peca de
infantilismo político o de procaz paternalismo (o insulto a la memoria
histórica del presunto lector cautivo de la Isla), cuando nos revela
algunos de los superobjetivos ideológicos de esta compilación.

A saber: "demostrar" (así lo dice dos veces, como si de comprobación
irrefutablemente científica se tratara) "con estos textos que es parcial
o falsa la imagen inapelablemente hostil, acuñada por algunos, de que
Virgilio Piñera, Mañach, o Severo Sarduy, se enfrentaron tempranamente
con la Revolución o descreyeron de sus líderes".

Entusiasmo breve

Aparte del texto de Mañach, prólogo a la edición clandestina de La
historia me absolverá, fechada en 1954, donde efectivamente Mañach hace
una apasionada defensa de Fidel Castro (se citan otros dos textos
semejantes publicados por Mañach en la misma época, y se publica otro
artículo periodístico suyo aparecido en el Diario de la Marina en abril
de 1959), a la vez que reconoce que "un grupo de intelectuales"
trabajaron con el manuscrito para añadir las fuentes de los textos
citados, los textos de Piñera y Sarduy son los siguientes: de Piñera,
una carta a Fidel Castro, publicada el 14 de marzo de 1959, en Diario
Libre, donde además de anunciarle una mesa redonda con el tema "Posición
del escritor en Cuba", e insistir en las condiciones deplorables en que
se encontraban los escritores en la República, le dice: "Queremos
cooperar hombro con hombro con la Revolución, mas para ello es preciso
que nos saque del estado miserable en que nos debatimos".

A continuación, se trascriben los textos de la mesa redonda, efectuada
el 14 de abril de 1959, en el canal 6 del circuito CMQ, moderada por
Luis Gómez-Wangüemert, y publicados en el periódico Combate, órgano del
Directorio Revolucionario, entre abril y mayo de 1959, según una nota
editorial. Tanto la intervención de Piñera como la de Sarduy (y otras
dos de José Rodríguez Feo y Nivaria Tejera) insisten prolijamente en la
precaria situación del escritor en la República y esperan que esa
situación sea corregida por la revolución triunfante, en la que ponen
todas sus esperanzas. Son ciertamente estos textos muy interesantes por
su alto valor testimonial y por revelar la expectativa que existía por
la recién estrenada revolución.

Ahora bien, estos textos —como otros que pudieran recopilarse de otros
muchos escritores y artistas— ¿qué tienen de singular? Fueron escritos
en 1959, en los mismos albores de la revolución, cuando todo estaba por
realizarse, cuando la propia revolución era en sí misma un proyecto, más
que una realidad, toda futuro. Esas posiciones de Piñera y Sarduy,
esgrimidas por Acosta como una refutación de no se sabe bien qué, no
eran para nada desemejantes a la de la mayoría de la intelectualidad
cubana. Pero a Acosta no le interesa reconocer lo poco que duró ese
entusiasmo para muchos de estos escritores, ni mucho menos por qué.

Mañach murió exiliado en Puerto Rico, desencantado del rumbo socialista
de la revolución. No atendió al pedido del propio Fidel Castro —a través
de Marinello— de regresar a Cuba. Sarduy, homosexual confeso, si bien
nunca practicó un enfrentamiento político directo con la revolución,
conoció un largo exilio en Francia, donde nunca apoyó el proceso
revolucionario.

El caso de Piñera fue el más trágico. Como se sabe, poco tiempo después
de esa mesa redonda, fue apresado por homosexual. Luego, fue interrogado
por el propio Fidel Castro en una de las sesiones conocidas como
"Palabras a los intelectuales", publicada recientemente por la revista
Encuentro No. 43, que trajo como una de sus consecuencias inmediatas la
disolución de Lunes de Revolución, semanario donde publicaba asiduamente
Piñera.

A partir de entonces, todo le fue cada vez más adverso a Piñera, hasta
que, finalmente, como Lezama y otros muchos escritores y artistas,
conoció de un verdadero ostracismo desde 1971 hasta su muerte, en 1979,
vigilado por la Seguridad del Estado y considerado un homosexual y un
contrarrevolucionario.

Manipulación teatral

La historia es conocida. Pero resulta de un cinismo increíble o de un
infantilismo político, o ambas cosas, derivar de aquellas iniciales y
sinceras palabras de estos u otros escritores, un apoyo eterno a la
revolución (pues sólo muestran un lado de la luna) o una suerte de
morbosa indiferencia ante las humillaciones a que fueron sometidos con
posterioridad, además de eludir el desencanto ideológico de estos u
otros escritores a tenor con el rumbo posterior de la revolución o,
sencillamente, no contextualizar adecuadamente esos escritos.

Pero lo que hace más patética esta elemental manipulación casi teatral
de Eliades Acosta, es comprobar cómo el mismo director de esta puesta en
escena (ya adelantada por La Jiribilla) no dudó, en un artículo
publicado en la década de los ochenta, en proferir las más severas y
dogmáticas descalificaciones, hijas del más burdo realismo socialista,
contra Virgilio Piñera, cuando se publicó póstumamente su libro Un fogonazo.

Algunos de estos textos no tienen nada, o muy poco que ver, con el tema
central del libro —Fidel Castro—, más allá de ser cartas dirigidas al
Líder Máximo, o comentarios sobre sus expectativas para con los
escritores y artistas dentro de un proceso revolucionario futuro. Y, por
cierto, esas cartas, ¿a quién sino a él iban a ser dirigidas? Quiero
decir que algunos de los textos aquí incluidos no abordan directamente
la figura de Fidel Castro. Pero acaso como se parte del presupuesto que
Fidel Castro es Cuba, la Patria, la Revolución, etcétera, entonces todo
puede tener cabida.

Y acaso lo más enervante —algo a lo que nos tiene ya acostumbrados La
Jiribilla— es cuando se rescatan juicios de algunos escritores cubanos a
favor de la incipiente revolución, como si se sacara un "trapo sucio", o
algo que los convertiría luego en traidores, como si la historia y los
contextos y las personas no continuaran y cambiaran…

Lo único que pueden demostrar estos documentos de esperanza en la
revolución triunfante es que, con más o menos celeridad, según el caso,
estos y otros escritores consideraron extraviada o fallida esa
esperanza, como otros se mantuvieron fieles a la misma. Mañach no volvió
a ser publicado en Cuba hasta la década de los años noventa. Nivaria
Tejera nunca más. Severo Sarduy, sólo una novela en la década de los
noventa. Pero el caso de Piñera fue peor. Fue sepultado en vida en su
propio país. Pero ¿habrá que recordar lo que todo el mundo sabe? ¿Cómo
puede un instante borrar toda una historia?

En el caso de Mañach, ¿por qué han esperado hasta 2006 para reconocer su
defensa de Fidel Castro cuando estaba preso, luego del asalto al Cuartel
Moncada, y su importante papel en la redacción de La historia me
absolverá, y su apasionado prólogo? Todo huele a un oportunismo entre
cínico y… desesperado, a una grosera y conveniente manipulación, a una
falta de ética elemental, pues utilizan a su conveniencia a quienes a la
misma vez desprecian.

La Historia como pantomima

Trascribamos la conclusión infantil, o deseosa de convencer a presuntos
retrasados mentales, de Acosta. Dice: "Aquí están los documentos. Ya es
demasiado tarde para escamotearlos o esconderlos, o para quemarlos, como
acaba de suceder en el Irak liberado por las tropas yanquis. Ya
perdieron esta pequeña batalla y, además, toda la guerra". Así de fácil.
Parece que le habla a unos niños (en realidad, a un público lector que
se quiere cautivo y pasivo receptor). Da vergüenza ajena. Es que no
merecería más comentario quien hace de la Historia —la compleja, la
dolorosa, la controvertida, la polémica, la devastadora Historia— una
simple pantomima.

Hay otra cuestión en el prólogo de Acosta que no puede soslayarse. Uno
de los documentos realmente más interesantes publicados en este libro
para poder comprender la historia secreta de la política cultural de la
revolución, es la carta dirigida a Osvaldo Dorticós y a Fidel Castro por
Alfredo Guevara, con fecha 1 de julio de 1960, y que a todas luces fue
el detonante decisivo para la convocatoria a las reuniones ocurridas en
la Biblioteca Nacional, conocidas como "Palabras a los intelectuales".

En esta carta se acusa a los escritores de Lunes de Revolución —sin
mencionar ningún nombre— de tratar de defender una falsa unidad de los
intelectuales en torno a la revolución con el fin "de la subordinación
de todo el movimiento intelectual cubano a sus falsos y equívocos
criterios estéticos". Guevara había enumerado antes los ataques desde
Lunes…, contra su persona y el ICAIC, contra Alicia Alonso y el Ballet
Nacional, contra Orígenes, entre otras muchas imputaciones. Lo curioso
es que, por ejemplo, tanto Piñera como Sarduy eran constantes
colaboradores de Lunes…

Pues bien, aunque este es un tema que no puedo agotar aquí, al menos no
puedo dejar de citar la conclusión que Acosta extrae de aquella crítica
de Alfredo Guevara desde el presente. Según Acosta, el principal valor
de esa crítica es que, "en fecha temprana, haya desmentido la aparente
imagen seráfica de quienes hoy se reputan como demócratas y libertarios
inmaculados, en el fondo, oscuros egoístas, unos con talento literario,
otros sin él, todos con el ojo puesto en la conveniencia y el lado
muelle donde se vive mejor".

No creo que resulte muy difícil colegir que Acosta se refiere aquí a
quienes han marchado al exilio, pero es tan inhábil políticamente que no
se da cuenta de que, junto a los que marcharon al exilio de Lunes…
—Calvert Casey, Severo Sarduy, Heberto Padilla, Guillermo Cabrera
Infante (director), Rine Leal, Manuel Díaz Martínez, etcétera—, estaban
(con semejantes actitudes y "criterios estéticos") Virgilio Piñera, José
Rodríguez Feo, Pablo Armando Fernández (subdirector), Antón Arrufat,
Humberto Arenal, Ambrosio Fornet, Jaime Sarusky…

Según la entelequia simplona de Acosta, ¿acaso los que se fueron son los
malos y los buenos los que se quedaron? Y si fuera así, ¿por qué las
humillaciones a muchos de los que se quedaron?

Como casi siempre, Acosta "despacha" la compleja historia cultural de la
revolución de acuerdo con sus urgencias políticas del presente, con una
simplicidad, una previsibilidad, un reduccionismo y un empobrecimiento
conceptual paradigmáticos de un improvisado pero harto peligroso
comisario político. Porque al lado de la obra intelectual de los nombres
citados —más allá de sus variadas o diferentes opciones políticas—,
¿cuál es la obra intelectual de Eliades Acosta? ¿Qué otra cosa que su
dócil incondicionalidad ("asalariados dóciles al pensamiento oficial",
fue una frase de Ernesto Guevara en El Socialismo y el hombre en Cuba) a
una dictadura totalitaria puede ofrecer como respaldo de sus opiniones?

Medio siglo y pocos análisis

Regresemos propiamente al libro que motiva estos comentarios y hagamos
una breve descripción de él. Es muy significativo que casi la mitad de
los textos antologados hayan sido escritos inmediatamente antes del
triunfo de la Revolución, o en sus primeros años (la mayoría en 1959 y
1960), hasta 1965: en total 36 de 55, y 126 páginas de 200 (la mitad
casi exactamente, si descontamos las primeras 27 páginas, ocupadas por
el prólogo de Eliades y dos textos introductorios de Ana Cairo, la
compiladora). ¿Por qué esta desproporción evidente? ¿Por qué tantos al
inicio y, en comparación, tan pocos después? Dejo al lector que se haga
su propio juicio al respecto.

Una gran cantidad de textos son poemas —veinte en total, del español
Alberto Bayo, Ernesto Che Guevara, Carilda Oliver Labra, Pura del Prado,
Jesús Orta Ruiz, Nicolás Guillén, Justo Rodríguez Santos, Ángel Augier,
Mirta Aguirre, Virgilio López Lemus y Nancy Morejón—; poemas, cómo
decirlo, francamente malos, al menos a mi juicio. Advierto: se anuncia
para la tercera edición de este libro, ¡canciones! Hay tres textos del
propio Fidel Castro —dos cartas y una reflexión sobre su oratoria.

Del resto, aparte de los testimonios de los primeros años de la
Revolución, algunos comprensiblemente emotivos o motivados por una sana
utopía patriótica, otros ya aludidos aquí (los de la mesa redonda, por
ejemplo), apenas alguno se destaca por un desarrollo coherente, más allá
de la alabanza, como sería hasta cierto punto el caso de "Fidel Castro
entre los intelectuales cubanos", de Ana Cairo, un texto periodístico de
Mañach, la carta mencionada de Alfredo Guevara, un fragmento de Ese sol
del mundo moral, de Cintio Vitier, y alguno que otro más, entre ellos,
el de Gabriel García Márquez, "El oficio de la palabra hablada".

Los otros autores son, aparte de los ya mencionados a lo largo de este
comentario, Emma Pérez, Marcelo Pogolotti, Waldo Medina, José Lezama
Lima, César García Pons, Alejo Carpentier, Loló de la Torriente, Emilio
Roig de Leuchsenring, Antonio Núñez Jiménez, Roberto Fernández Retamar,
Eusebio Leal Splenger, Miguel Barnet, Ernesto Vera, Osvaldo Martínez y
Axel Li (este último hace una introducción a la galería de imágenes
plásticas de Fidel Castro que se incluye como colofón del libro).

Así, pues, la cualidad tantálica del ídolo también se manifiesta aquí.
Pues, ¿cómo es posible que en casi medio siglo de reinado absoluto haya
un saldo tan pobre en análisis y valoraciones insulares
("revolucionarias", quiero decir) sobre la figura del líder carismático:
el revolucionario, el orador, el guerrillero, el estadista, el
político…, para no hablar del economista, el médico, el deportista, el
científico, el periodista, incluso hasta el amo de casa… en jefe?

La propia Ana Cairo sugiere una contradicción: ¿cómo es posible, parece
decir, que nadie se haya percatado antes de que Fidel Castro no es
miembro de la UNEAC? Se olvidó al escritor, al artista, al intelectual
en jefe. ¡Qué injusticia! Cuando la loa y la reverencia suplantan al
análisis, se hace más evidente el tantalismo de un dictador, el legítimo
miedo casi atávico que produce. Sólo quedan entonces dos caminos: el del
silencio —la suspensión de todo juicio crítico— o el de la genuflexión,
la alabanza acrítica, el ditirambo versallesco, la idolatría de la imagen.

El ilusorio presente

Para concluir, con respecto al ídolo, hay que recordar acaso las
inmortales "Coplas a la muerte de su padre", de Jorge Manrique:

"Pues si vemos lo presente, / cómo en un punto s'es ido / e acabado, /
si juzgamos sabiamente, / daremos lo non venido / por passado. / Non se
engañe nadi, no, / pensando que ha de durar / lo que espera / más que
durar lo que vio, / pues que todo ha de passar / por tal manera".

Todo texto en cierta forma es póstumo (como toda persona). Todo presente
se hace irremediablemente pasado. Todo futuro lo será también. La
Historia, o Dios del futuro, como sentenció una filósofa críticamente.
El "asalto al cielo" o la tierra prometida, o la utopía de la Historia,
de fuente judeocristiana.

Por eso, esa lucha por la memoria, el legado históricos —como tan bien
ilustra Rafael Rojas en su último libro, Tumbas sin sosiego—, parece ser
uno de los pilares ideológicos de una compilación como Viaje a los
frutos, que intenta domeñar el futuro (para en realidad controlar el
pasado), es decir, organizar (construir) la memoria presente y por
venir. Sólo que en el propio intento, ay, está implícita una profunda
conciencia de la caducidad. En realidad, sólo les interesa —política y
descarnadamente hablando— el ilusorio presente, donde detentan su
fugitivo, perecedero pero intolerable poder.

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